Nunca sentí tan
desesperantemente la necesidad de escribir. No se por qué, quizás aquí sea el
principio de una practica literaria, o en simultaneo su fin. No viene al caso,
este texto es ahora, acá... y punto.
¿Que lleva a alguien como yo
a escribir un texto como éste que quizás no lea nadie más que vos? No creo ser
capaz de encontrar una palabra justa. Podríamos decir que sería una fusión de
angustia, frustración, tristeza, desazón. Y por qué no miedo. Miedo en el
sentido más amplio de la palabra. Miedo a enfrentar temores, miedo a aceptarse
como se es, miedo a afrontar problemas, miedo a asumir la realidad. Miedo al
miedo mismo inclusive. Y no me considero una persona miedosa.... Tendría que
reconsiderarme quizás.
Anoche mientras daba vueltas
en la cama con la ilusión de encontrar en un sueño respuestas a mil y un
preguntas que amontono a diario, tuve una revelación. Con esto no quiero decir
una suerte de “mensaje divino”. Llamo revelación en esta ocasión a algo de lo
que uno de repente se da cuenta. El popular “me cayo la ficha”.
Hasta ayer creía más que
valorable ser una persona multifacética, apta para desempeñarse en varios
campos sin perder soltura. Hoy lo creo tan valorable como peligroso. Del mismo
modo creo valorable ser una persona autoexigente. Del mismo modo lo creo
peligrosísimo. Todo esto tiene una relación muy estrecha. El ser una persona
sumamente autoexigente lleva a uno a un constante inconformismo con lo que se
hace. Principio de auto superación. Perfecto. Pero el continuo inconformismo
supone a menudo una falta de aptitud por parte de uno para la labor que se
encuentra desempeñando. Esta supuesta falta de aptitud que uno fabrica o percibe
genera, volviendo al principio, angustia, frustración, tristeza, desazón,
miedo, etc. ¿Cómo contrarrestar esto? Y ahí aparece nuestra querida amiga “persona
multifacética”: no soy bueno en esto pero también hago esto y esto, en lo que
tampoco soy bueno. No digo que no se pueda ser bueno o desempeñarse bien en
varios campos en simultáneo. Pero que eso no se convierta en un engaño a uno
mismo. Ese es el delito mas grave.
Y hay que llegar al desengaño
para descubrir que no disfrutas lo que haces. Que te autoexigis, que te
presionas, te castigas. Todo por nada. Sin un sentido lógico. Y descubrís también
que quizás tomaste decisiones trascendentales erróneas y que influyó en lo
posterior y que llego el momento de pagar por el error. Sin embargo entiendo
que todo tiene un por qué, y que de todo lo malo se obtiene algo bueno, algo
que quizás a simple vista sea una de esas pequeñas cosas. Pero vasta con mirar
en detalle para comprender que la pequeñez encierra una grandeza enorme. Creo
tener claro qué gané de todo esto, cual fue mi pequeña gran recompensa.
Hay días y días. Hay unos más
importantes que otros, hay algunos inevitables. Hasta que llega ese día al fin
en que te encontras con la nada misma, en el que, de tanto... no tenes nada. Y,
parafraseando una canción, “se te va el suelo y lo seguís, a pique, buscando el
fondo de lo que sos”. Y allá voy, camino a lo más profundo, al fin, sin miedo.
Sin miedo a aceptarme como soy, sin miedo a mostrarme como soy, dispuesto a conocer
el punto mas bajo en el que se puede estar y con la firme expectativa de
conocer el mas alto. De eso se trata la vida, un camino de subidas y bajadas.
Es uno el que tiene que aceptarlo.
Te conozco. A menudo
frecuentás estos pedregosos subsuelos de uno mismo, y te creo también la única
capaz de ayudarme a salir. Sí, vos. Te necesito.
Ahora escribo esto cuando
tendría que estar haciendo una cierta cantidad de tareas para demostrarme apto
en un X terreno en el cual no me creo apto aunque lo soy mucho más que mucha
gente que se cree apta. Lo que me diferencia de ellos, más que nada, es que no
puedo seguir hasta no poner las cosas en claro. Soy capaz de suspender todo con
tal de no defraudarme a mi mismo, de no contradecir a mi corazón. Y mi corazón
hoy me decía que quería escribir. Mi corazón “metafórico”, ese que realmente da
vida. No el corazón físico que como hermano celoso intenta llamar la atención
con abruptos ataques. Ya es hora que te asumas como hijo no predilecto. En mí,
al menos, manda lo que siento. El día que pueda unir lo que siento con lo que
digo creo....creo... habré alcanzado la felicidad verdadera.