lunes, 4 de octubre de 2010

Soy un nabo

Fue hace un par de semanas, dos o tres quizás. Una charla virtual, un comúnmente llamado “chat” con alguien prácticamente desconocido. Temas habituales, exposiciones sobre cuestiones irrelevantes por parte de ambos. En fin, lo de siempre. Hasta que de pronto la persona X (llamémosla así) introdujo como tema de dialogo su etapa adolescente, sus inicios en el mundo de la “joda”, y su supuesta precocidad: a los 13 la susodicha (sí, es una mujer) ya salía, se embriagaba, fumaba y conocía como la palma de su pequeña mano los recovecos de la “nocturnidad“, o al menos eso me hizo creer. Yo, en contraposición, y con la sinceridad agobiante insoportable que me caracteriza, le dije: “en mi caso empecé a salir alrededor de los 16 o 17; a los 13 aun jugaba a los ladrillitos, es que de pibe yo era un nabo”. Y ni la sorda risa de chat de la muchacha (el clásico “jajaja”) pudo destildar mi vista. Un destello, una luz tan fugaz como penetrante dilató mis pupilas. Un rayo multicolor atravesó el monitor y mi alma. Algo en mí había cambiado para siempre. Fue el día en que lo entendí, lo admití, me cayó la ficha. Era tan obvio, ¡¿como no me había dado cuenta?! A esta casual interlocutora le dije tan livianamente que yo ERA un nabo, con una soltura tal para utilizar el pretérito perfecto simple que asusta. En ese momento fue que lo entendí, marcando así el inicio de la cuenta regresiva que nos deposita en este día, momento de anunciarlo públicamente. Señoras y señores, lo grito a los cuatro vientos: ¡¡¡soy un nabo!!!
Sí sí, soy un nabo. ¿Y para qué negarlo? Nabo y orgulloso. Podría fundar ahora mismo la “AON”: Agrupación de Orgullo Nabo. ¿Por qué no? Pero a no confundir heee, un nabo no es un boludo, no es un pelotudo… Un nabo es un nabo. Veremos si me alcanzan estas líneas para describirlo, para caracterizarlo. Paciencia por favor, je, soy un nabo.
Empecemos por el principio. Los nabos son un grupo, una población, una especie (¿en extinción?) dentro de la sociedad. Especie a la cual pertenezco, claro está, y especie con escasos miembros, más aun, en comparación con otras, como los ya mencionados pelotudos, y boludos, o los zánganos, los intelectuales, los nerds, etc. En fin, grupetes empeñados en poblar el vasto mundo de “pluralidad”. Al nabo le caen mal casi todos, característica fun-da-men-tal ésta. Porque el nabo nace en contraposición a ellos: es, a sus ojos, un espécimen raro, fuera de serie. Un nabo. Y el pobre vive y sobrevive inmerso en la fauna que lo rodea, a regañadientes, a mitad de camino entre el fastidio y la resignación. “Naboleti”
Ahora bien, el nabo esconde, el nabo aparenta sin querer aparentar: su desmesurado perfil bajo y sobriedad lo hacen parecer desentendido, distante, inocuo, insulso. Pero es más bien su capacidad de síntesis, reflexión y abstracción lo que lo mantiene alejado de la escena: nada de lo que pueda captar atención masiva ha de ser de real importancia. El nabo, bajo su carcasa de inexpresividad, esconde sabiduría; suele tener problemas en la forma de canalización de la misma, pero los nabos son tremendamente sabios. “No pedir peras al olmo”, “No gastar pólvora en chimangos”, son sin dudas latiguillos omnipresentes en la ideología “naba” (femenino de nabo). El nabo es, simplemente, ducho en el arte de discriminar, de “distinguir lo que vale de lo que no vale la pena” (Drexler dixit, nabo talentoso si los hay).
Usted, lector, lectora, seguramente va encontrando puntos de contacto o sintiéndose identificado/a con alguna que otra característica naba. Sin embargo, ello no necesariamente lo transforma a usted en nabo, no es tan fácil, no. El nabo tiene que bancarsela. El nabo tiene que “comerse” un debate dominguero superfluo sin decir una palabra porque sabe, de antemano, que todos tocan el tema de oído (nabo incluido) y que a nada llevará la discusión; de hecho el nabo es profundamente escéptico respecto al carácter positivo de debates o discusiones. O, también, se resigna a convivir pacíficamente con los “sabelotodos” (otra especie) a sabiendas que en realidad no saben nada, ni siquiera escuchar o dar el brazo a torcer. Ese, ese es un nabo autentico! El nabo sabe que a la larga todos muestran la hilacha y sabe que a la larga triunfará porque claro, je, el nabo no tiene un pelo de boludo.
Ahora entonces, usted, señora, señor, se preguntará: “si no soy nabo, ¿como reconocer a un nabo?” Bueno, simple: como decíamos, en una reunión social, por ejemplo, el nabo va a ser probablemente el más callado. ¿Y por qué? Simple también: no tiene nada importante para decir, y considera el silencio un bien tan preciado como escaso, rasgo distintivo este frente a otras especies para quienes el silencio es un vacío a llenar con lo que sea. “Cheee… ¡que silencio!”. El nabo, calladito, imagina por dentro métodos poco ortodoxos para matar a los presentes, o a su mayoría, o al menos al que dijo eso. Y sí, pobre, por momentos es medio agresivo, algo comprensible supongo. Pero a su vez el nabo es tierno, sensible; hasta la palabra nabo pareciera tener una sonoridad dulce, ¿no? Puede que inclusive el nabo se enamore de alguna naba (cabría discutir si es correcto decir “naba”, pero, como buen nabo, gambetearé toda ocasión próxima al debate, amén!) y puede que se deje llevar a menudo por sus sentimientos, lo cual no lo suele dejar en buen puerto. De todos modos él lo acepta, y aunque sabe de antemano y proyecta con claridad los futuros conflictos, el nabo va, tosco, obstinado. Es que…, claro, el nabo es conciente que al corazón, por tonto que sea, se le debe dejar mandar de vez en cuando evitando así alguna venganza indeseada de su parte (¿arritmia quizás?).
Coincidimos prácticamente todos al decir que hay que serle fiel a los principios, ¿no? No sería digno de un buen nabo, entonces, extenderme mucho más. El nabo es conciso, directo, escueto. Y sabe decir basta. Esto es un humilde homenaje a aquellos que sienten que no encajan, que no se identifican con nada, que les molestan más cosas de las que los reconfortan, que se pelean a diario con el mundo. He aquí su rotulo, su categoría quizás. Nada más que decir, nada más por hablar, a volver entonces al hermetismo característico, al silencio poco hostil. “Nabo, re nabo!” suele decir mi madre ante algún infortunio simpáticon. Y de eso se trata creo, la simpatía que a la larga la negatividad extrema termina generando: pese al elocuente carácter negativo de estas líneas usted, lectora, lector, habrá esbozado por momentos alguna mueca semejante a una sonrisa. Y sí, ¿acaso que esperaba?..., ya se lo advertí, soy un nabo*. 


http://es.wikipedia.org/wiki/Brassica_rapa