Esto algún día va a ser una canción. Ese día no es
hoy, claramente, pero llegará el momento. Hoy no tengo ganas ni de afinar la
guitarra y, en contraposición, tomo la guitarra metafórica y empiezo a
“guitarrear”. Esto está casi inspirado en un hecho real, o mejor dicho, una
persona real. Sufre, como todo, adaptaciones para que el relato resulte más
marketinero o para que al menos, usted…, lectora, lector, llegue hasta el punto
final sin bostezar.
Un libro que estoy leyendo en la actualidad me sugiere
que “los ideales son el factor que
diferencia a los mediocres de los no mediocres”, o sea, los primeros
carecerían de ideales. El libro se llama “El hombre mediocre”, de José Ingenieros,
quien realiza una especie de psicología del hombre promedio. Sin embargo, y
pese a que hace un exhaustivo análisis tendiente a clarificar el significado de
la palabra “ideal”, creo que el modo en que caracteriza a los ideales el autor
ya es casi un anacronismo: dicha palabra sufre en la actualidad una especie de
sobreutilización o banalización, se la emplea tanto y de formas tan diversas
que pierde ya su peso y sentido.
“Me gustabas más cuando no tenías ideales” ¿Qué me
diría Josecito si me viera ahora, susurrando y mirando atónito a la persona en
cuestión abandonar su liviandad y sencillez característica para transformarse
en una rebelde luchadora y defensora de ideales más ajenos que propios? Dudo
que tuviera palabras. Probablemente agradecería el llevar 85 años de muerto y
volvería cabizbajo a su tumba sugiriendo con un gesto: “es tu realidad, hazte
cargo”. Es que sí, los ideales de los que hablaba este pensador distan mucho de a lo que hoy llamamos “ideales”. Un ideal actual es algo así como el cliché del
cliché del cliché de algún ideal que una persona como Ingenieros pudo haber
tenido hace más de 100 años. Si no te involucrás, si no tomás partido, si no
intervenís, si no adoptás un “cliché ideal” como propio sos, hoy, el hombre
mediocre. Pero claro, una cosa es lo que se es a los ojos de las mazas y otra
cosa es lo que realmente se es. Porque hoy en día es mas valeroso subirse al
caballo que suba la mayoría (cansado, viejo, lejos de ser un gran corcel de
carrera) que no subirse a ninguno, pues eso te transforma automáticamente en un
desentendido de la realidad. Y además, triste….tristemente, es mas importante ser
visto arriba del caballo que el hecho de montar al equino en sí. No sé
si me explico…
Pobre Ingenieros. Para reivindicarlo un poco y
encontrar un lazo entre su teoría y la actualidad, podríamos reformular su
tesis: el hombre mediocre es aquel que
adopta un ideal solo por el simple hecho de adoptarlo, con inercia, lejos de
entender y/o sentir el significado del mismo. “Fiuuu!!! safé! Tengo un
ideal” (extracto de un pensamiento de un hombre mediocre captado en el éter)
(?). Entonces, ¿los mediocres son hoy aquellos que tienen ideales o dicen
tenerlos? En cierto punto sí. Aunque: tienen más ganas de tener ideales que
ideales en sí, tienen ideales tan compartidos que no se puede afirmar que les
son propios, tienen la necesidad de tener algo parecido a un ideal para ser
aceptados socialmente. Tienen la imperiosa urgencia de DEMOSTRAR que son
capaces de tener ideales y defenderlos. Nada más. ¿Y que hay de los hombres no
mediocres? Nada también, miran eso con constantes ganas de vomitar, y empiezan
a entender que su rol hoy quizás es, más que tener ideales verdaderos, intentar
devolverle a los ideales su verdadero significado.
Como buen “chusma” que se es por naturaleza humana,
usted se estará preguntando a qué (o quién) refiere el título de este ensayo,
tan directo, tan personal. Voy a alimentar entonces vuestra sed de chimentos
contándoles que el mismo hace referencia a una persona a la cual antes todo
parecía resbalarle, se reía de hasta aquellas cosas que parecieran trágicas, de
sus nefastos “tropezones”, de los cachetazos de la vida, y aparentaba ser
incorruptible e incapaz de ser contaminada por alguna bandería política
oportunista, llena de engaños y clichés, como la política en sí, claro está.
Ahora, en cambio, es una ferviente militante atestada de convicciones y luchas
por llevar a cabo, con la seriedad que dicha encomienda de sus (flamantes) principios amerita, más aun teniendo en cuenta la inmensa cantidad de enemigos atiborrados de odio y maldad que la acechan en las calles. Y ese giro
que ha producido en su vida, en su personalidad, ha alegrado y ha de alegrar a
mucha más gente de la que ha de decepcionar. De hecho, quizás sea yo el único
que añora su obsoleta forma de ser de antaño. Je, con ella antes me reía del
tipo de persona en el que se ha convertido hoy. ¡Viejos tiempos, vaya paradoja!
¡Mirá Josecito a donde nos llevaron los ideales! Y lo
bien que haces en estar muerto, sino te morirías del disgusto. Creo, sin
embargo, entender tu forma de pensar, y por vos y tu memoria (y por Ella)
moldeo estas líneas. Tengo ideales, sin duda, pero…, como la esencia de los
mismos lo afirma (corregime si me equivoco), no los proclamo a los cuatro
vientos sino que los transmito de forma sutil, los demuestro, tal cual lo merecen. Y los pongo
en duda constantemente, por supuesto. ¿Quién soy yo para defender algo? Nadie.
Ojalá todos tuvieran esa premisa tan presente. ¡Ojalá! Tengo ideales y son tan
míos que los conozco solo yo. Evolucionará la forma de transmitirlos,
evolucionará el transmisor en sí. Tiempo al tiempo Josecito, por lo pronto procuro
terminar de leer tu librito, después veremos como sigue la cosa.