Acabo de comprender que estamos en el día 29 de febrero de un año bisiesto. Ese día anexo, agregado cada cuatro años para que
no se nos desfase paulatinamente el calendario y terminemos brindando en año
nuevo con busito polar puesto. No no, eso vemos en la tele pero no va a pasar,
acá en las fiestas hace 40 grados a la sombra así que nada de hacernos los
logis y querer robarle el invierno al hemisferio norte.
Este día es un bálsamo, un paréntesis entre febrero y
marzo. Un dolor de cabeza para los que nacen, que dilema mediante no sabrán si
festejar cada cuatro años o elegir otro cumpleaños simbólico.
Este día es un regalo de la astronomía inexacta. Un
“yo no fui” de las 6 horas que le sobran a cada año. Un homenaje al parche, al
“lo atamos con alambre”. Tendría que ser, ahora que lo pienso, un día patrio,
si hasta parece un razonamiento argentino. Pero pucha, venimos despilfarrando
feriados a lo pavo, no podemos declarar feriado el 29 de febrero. “Too much”,
diría Ella.
¡¿Qué hago?! Este día me cayó del cielo, estamos en
un limbo más allá del tiempo hasta las 12 de la noche. No se puede dejar pasar, tengo que hacer algo especial. ¿Dos siestas? Suena a sedentario y a chiste fácil. Estoy casi emocionado,
este día no estaba en mis planes. Hoy me levanté predispuesto a empezar marzo,
¡pero no!..., helo aquí, este día milagroso. Hagamo’ un asado, tomemos ferné’.
Me voy, sin más, a vagar por este “sin tiempo”. Son
horas correspondientes a los últimos cuatro años, se tendría que poder volver a
vivir cosas de entonces. ¿Se tendría?... Se tiene. Adiós.