¿Qué pasa? ¿En qué nos hemos convertido? Ya no importa que se dice, ya no importa el fluir verbal oral. ¿Para qué? Si hasta es prácticamente imposible pensar en hablar con alguien, cara a cara, salpicarla de saliva (perdón la falta de elegancia pero suena potente y puede favorecer al impacto visual que intento generar aunque, ahora que les conté las intenciones, puede que en realidad no favorezca un joroca; en fin… no sé). Nos hemos convertido en insulsos seres virtuales que no hacemos más que manipular la propia imagen que de nuestra existencia generamos. ¿Y la persona? Mmm, está por ahí atrás, eclipsada por nicks, muros, screnshots, followers y la mar en coche.
Tengo celular, tampoco soy tan retrograda che, pero tengo un aparatito que ya resulta viejo. La gente me pregunta por qué no me compro uno más moderno, touch, con “aipad”, con WhatsApp. ¿Qué mierda es el WhatsApp?, se preguntará usted oportunamente. La verdad, no lo sé, quienes no lo tenemos no terminamos de entender que vendría a ser. Es como un chat de celular, para lo que necesitas que el mismo tenga internet y que el receptor tenga obviamente también internet y WhatsApp, herramienta mediante la cual uno casi deja de precisar enviar mensajes de textos y/o hacer llamadas por lo que podríamos prescindir del teléfono celular. Pero hojaldre, un razonamiento semejante nos puede llevar a revolear el aparatito por la ventana sin caer en la cuenta de una verdad esencial: este chat que nos ahorra la vida usa como plataforma justamente el celular, así que ya andá pispeando la vereda de enfrente a ver si podes reconstruir el artefacto que acabas de destrozar.
Ya lo sé, estoy resignado, para cuando sucumba mi alma y me compre la maldita porquería que contenga el WhatsApp ya va a estar pasado de moda y la gente se va a comunicar con alguna otra huevada. Si algo ha de reconfortarme, sin embargo, es que sobrevivo a la virtualización permanente. Ya bastante molesto me resulta andar con un dispositivo en el bolsillo mediante el cual puede solicitarme cualquier persona a cualquier hora por la módica suma de 25 centavos, tamaño disparate sería agregarle a eso un chat constante que me vibre en el pantalón. ¡Estamos todos locos! Si me ha de pisar algún auto que sea por mirar una mina como corresponde y no por chatear. Pensar que antes se iba al ciber, pobres nabos de antaño. No les basta con tener internet en sus casas que ahora también lo quieren en el bolsillo, dejame de joder. No puedo imaginar donde más lo van a querer… (prohibido el chiste fácil con las palabras "banda ancha").