domingo, 12 de diciembre de 2010

Indignados eran los de antes

Cambalache

Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé...
¡En el quinientos seis y en el dos mil también!.
Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos, valores y dublé...
Pero que el siglo veinte es un despliegue
de maldá insolente, ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos en un merengue
y en un mismo lodo todos manoseaos...

¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor!...
¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador!
¡Todo es igual! ¡Nada es mejor!
¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao.
Si uno vive en la impostura y otro roba en su ambición,
¡da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos,
caradura o polizón!...

¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!
¡Cualquiera es un señor! ¡Cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky va Don Bosco y "La Mignón",
Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches
se ha mezclao la vida, y herida por un sable sin remaches
ves llorar la Biblia contra un calefón...

¡Siglo veinte, cambalache problemático y febril!...
El que no llora no mama y el que no afana es un gil!
¡Dale nomás! ¡Dale que va!
¡Que allá en el horno nos vamo a encontrar!
¡No pienses más, sentate a un lao,
que a nadie importa si naciste honrao!
Es lo mismo el que labura noche y día como un buey,
que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley...

Enrique Santos Discépolo

lunes, 8 de noviembre de 2010

Me gustabas más cuando no tenías ideales

Esto algún día va a ser una canción. Ese día no es hoy, claramente, pero llegará el momento. Hoy no tengo ganas ni de afinar la guitarra y, en contraposición, tomo la guitarra metafórica y empiezo a “guitarrear”. Esto está casi inspirado en un hecho real, o mejor dicho, una persona real. Sufre, como todo, adaptaciones para que el relato resulte más marketinero o para que al menos, usted…, lectora, lector, llegue hasta el punto final sin bostezar.
Un libro que estoy leyendo en la actualidad me sugiere que “los ideales son el factor que diferencia a los mediocres de los no mediocres”, o sea, los primeros carecerían de ideales. El libro se llama “El hombre mediocre”, de José Ingenieros, quien realiza una especie de psicología del hombre promedio. Sin embargo, y pese a que hace un exhaustivo análisis tendiente a clarificar el significado de la palabra “ideal”, creo que el modo en que caracteriza a los ideales el autor ya es casi un anacronismo: dicha palabra sufre en la actualidad una especie de sobreutilización o banalización, se la emplea tanto y de formas tan diversas que pierde ya su peso y sentido.
“Me gustabas más cuando no tenías ideales” ¿Qué me diría Josecito si me viera ahora, susurrando y mirando atónito a la persona en cuestión abandonar su liviandad y sencillez característica para transformarse en una rebelde luchadora y defensora de ideales más ajenos que propios? Dudo que tuviera palabras. Probablemente agradecería el llevar 85 años de muerto y volvería cabizbajo a su tumba sugiriendo con un gesto: “es tu realidad, hazte cargo”. Es que sí, los ideales de los que hablaba este pensador distan mucho de a lo que hoy llamamos “ideales”. Un ideal actual es algo así como el cliché del cliché del cliché de algún ideal que una persona como Ingenieros pudo haber tenido hace más de 100 años. Si no te involucrás, si no tomás partido, si no intervenís, si no adoptás un “cliché ideal” como propio sos, hoy, el hombre mediocre. Pero claro, una cosa es lo que se es a los ojos de las mazas y otra cosa es lo que realmente se es. Porque hoy en día es mas valeroso subirse al caballo que suba la mayoría (cansado, viejo, lejos de ser un gran corcel de carrera) que no subirse a ninguno, pues eso te transforma automáticamente en un desentendido de la realidad. Y además, triste….tristemente, es mas importante ser visto arriba del caballo que el hecho de montar al equino en sí. No sé si me explico…
Pobre Ingenieros. Para reivindicarlo un poco y encontrar un lazo entre su teoría y la actualidad, podríamos reformular su tesis: el hombre mediocre es aquel que adopta un ideal solo por el simple hecho de adoptarlo, con inercia, lejos de entender y/o sentir el significado del mismo. “Fiuuu!!! safé! Tengo un ideal” (extracto de un pensamiento de un hombre mediocre captado en el éter) (?). Entonces, ¿los mediocres son hoy aquellos que tienen ideales o dicen tenerlos? En cierto punto sí. Aunque: tienen más ganas de tener ideales que ideales en sí, tienen ideales tan compartidos que no se puede afirmar que les son propios, tienen la necesidad de tener algo parecido a un ideal para ser aceptados socialmente. Tienen la imperiosa urgencia de DEMOSTRAR que son capaces de tener ideales y defenderlos. Nada más. ¿Y que hay de los hombres no mediocres? Nada también, miran eso con constantes ganas de vomitar, y empiezan a entender que su rol hoy quizás es, más que tener ideales verdaderos, intentar devolverle a los ideales su verdadero significado.
Como buen “chusma” que se es por naturaleza humana, usted se estará preguntando a qué (o quién) refiere el título de este ensayo, tan directo, tan personal. Voy a alimentar entonces vuestra sed de chimentos contándoles que el mismo hace referencia a una persona a la cual antes todo parecía resbalarle, se reía de hasta aquellas cosas que parecieran trágicas, de sus nefastos “tropezones”, de los cachetazos de la vida, y aparentaba ser incorruptible e incapaz de ser contaminada por alguna bandería política oportunista, llena de engaños y clichés, como la política en sí, claro está. Ahora, en cambio, es una ferviente militante atestada de convicciones y luchas por llevar a cabo, con la seriedad que dicha encomienda de sus (flamantes) principios amerita, más aun teniendo en cuenta la inmensa cantidad de enemigos atiborrados de odio y maldad que la acechan en las calles. Y ese giro que ha producido en su vida, en su personalidad, ha alegrado y ha de alegrar a mucha más gente de la que ha de decepcionar. De hecho, quizás sea yo el único que añora su obsoleta forma de ser de antaño. Je, con ella antes me reía del tipo de persona en el que se ha convertido hoy. ¡Viejos tiempos, vaya paradoja!  
¡Mirá Josecito a donde nos llevaron los ideales! Y lo bien que haces en estar muerto, sino te morirías del disgusto. Creo, sin embargo, entender tu forma de pensar, y por vos y tu memoria (y por Ella) moldeo estas líneas. Tengo ideales, sin duda, pero…, como la esencia de los mismos lo afirma (corregime si me equivoco), no los proclamo a los cuatro vientos sino que los transmito de forma sutil, los demuestro, tal cual lo merecen. Y los pongo en duda constantemente, por supuesto. ¿Quién soy yo para defender algo? Nadie. Ojalá todos tuvieran esa premisa tan presente. ¡Ojalá! Tengo ideales y son tan míos que los conozco solo yo. Evolucionará la forma de transmitirlos, evolucionará el transmisor en sí. Tiempo al tiempo Josecito, por lo pronto procuro terminar de leer tu librito, después veremos como sigue la cosa. 

lunes, 4 de octubre de 2010

Soy un nabo

Fue hace un par de semanas, dos o tres quizás. Una charla virtual, un comúnmente llamado “chat” con alguien prácticamente desconocido. Temas habituales, exposiciones sobre cuestiones irrelevantes por parte de ambos. En fin, lo de siempre. Hasta que de pronto la persona X (llamémosla así) introdujo como tema de dialogo su etapa adolescente, sus inicios en el mundo de la “joda”, y su supuesta precocidad: a los 13 la susodicha (sí, es una mujer) ya salía, se embriagaba, fumaba y conocía como la palma de su pequeña mano los recovecos de la “nocturnidad“, o al menos eso me hizo creer. Yo, en contraposición, y con la sinceridad agobiante insoportable que me caracteriza, le dije: “en mi caso empecé a salir alrededor de los 16 o 17; a los 13 aun jugaba a los ladrillitos, es que de pibe yo era un nabo”. Y ni la sorda risa de chat de la muchacha (el clásico “jajaja”) pudo destildar mi vista. Un destello, una luz tan fugaz como penetrante dilató mis pupilas. Un rayo multicolor atravesó el monitor y mi alma. Algo en mí había cambiado para siempre. Fue el día en que lo entendí, lo admití, me cayó la ficha. Era tan obvio, ¡¿como no me había dado cuenta?! A esta casual interlocutora le dije tan livianamente que yo ERA un nabo, con una soltura tal para utilizar el pretérito perfecto simple que asusta. En ese momento fue que lo entendí, marcando así el inicio de la cuenta regresiva que nos deposita en este día, momento de anunciarlo públicamente. Señoras y señores, lo grito a los cuatro vientos: ¡¡¡soy un nabo!!!
Sí sí, soy un nabo. ¿Y para qué negarlo? Nabo y orgulloso. Podría fundar ahora mismo la “AON”: Agrupación de Orgullo Nabo. ¿Por qué no? Pero a no confundir heee, un nabo no es un boludo, no es un pelotudo… Un nabo es un nabo. Veremos si me alcanzan estas líneas para describirlo, para caracterizarlo. Paciencia por favor, je, soy un nabo.
Empecemos por el principio. Los nabos son un grupo, una población, una especie (¿en extinción?) dentro de la sociedad. Especie a la cual pertenezco, claro está, y especie con escasos miembros, más aun, en comparación con otras, como los ya mencionados pelotudos, y boludos, o los zánganos, los intelectuales, los nerds, etc. En fin, grupetes empeñados en poblar el vasto mundo de “pluralidad”. Al nabo le caen mal casi todos, característica fun-da-men-tal ésta. Porque el nabo nace en contraposición a ellos: es, a sus ojos, un espécimen raro, fuera de serie. Un nabo. Y el pobre vive y sobrevive inmerso en la fauna que lo rodea, a regañadientes, a mitad de camino entre el fastidio y la resignación. “Naboleti”
Ahora bien, el nabo esconde, el nabo aparenta sin querer aparentar: su desmesurado perfil bajo y sobriedad lo hacen parecer desentendido, distante, inocuo, insulso. Pero es más bien su capacidad de síntesis, reflexión y abstracción lo que lo mantiene alejado de la escena: nada de lo que pueda captar atención masiva ha de ser de real importancia. El nabo, bajo su carcasa de inexpresividad, esconde sabiduría; suele tener problemas en la forma de canalización de la misma, pero los nabos son tremendamente sabios. “No pedir peras al olmo”, “No gastar pólvora en chimangos”, son sin dudas latiguillos omnipresentes en la ideología “naba” (femenino de nabo). El nabo es, simplemente, ducho en el arte de discriminar, de “distinguir lo que vale de lo que no vale la pena” (Drexler dixit, nabo talentoso si los hay).
Usted, lector, lectora, seguramente va encontrando puntos de contacto o sintiéndose identificado/a con alguna que otra característica naba. Sin embargo, ello no necesariamente lo transforma a usted en nabo, no es tan fácil, no. El nabo tiene que bancarsela. El nabo tiene que “comerse” un debate dominguero superfluo sin decir una palabra porque sabe, de antemano, que todos tocan el tema de oído (nabo incluido) y que a nada llevará la discusión; de hecho el nabo es profundamente escéptico respecto al carácter positivo de debates o discusiones. O, también, se resigna a convivir pacíficamente con los “sabelotodos” (otra especie) a sabiendas que en realidad no saben nada, ni siquiera escuchar o dar el brazo a torcer. Ese, ese es un nabo autentico! El nabo sabe que a la larga todos muestran la hilacha y sabe que a la larga triunfará porque claro, je, el nabo no tiene un pelo de boludo.
Ahora entonces, usted, señora, señor, se preguntará: “si no soy nabo, ¿como reconocer a un nabo?” Bueno, simple: como decíamos, en una reunión social, por ejemplo, el nabo va a ser probablemente el más callado. ¿Y por qué? Simple también: no tiene nada importante para decir, y considera el silencio un bien tan preciado como escaso, rasgo distintivo este frente a otras especies para quienes el silencio es un vacío a llenar con lo que sea. “Cheee… ¡que silencio!”. El nabo, calladito, imagina por dentro métodos poco ortodoxos para matar a los presentes, o a su mayoría, o al menos al que dijo eso. Y sí, pobre, por momentos es medio agresivo, algo comprensible supongo. Pero a su vez el nabo es tierno, sensible; hasta la palabra nabo pareciera tener una sonoridad dulce, ¿no? Puede que inclusive el nabo se enamore de alguna naba (cabría discutir si es correcto decir “naba”, pero, como buen nabo, gambetearé toda ocasión próxima al debate, amén!) y puede que se deje llevar a menudo por sus sentimientos, lo cual no lo suele dejar en buen puerto. De todos modos él lo acepta, y aunque sabe de antemano y proyecta con claridad los futuros conflictos, el nabo va, tosco, obstinado. Es que…, claro, el nabo es conciente que al corazón, por tonto que sea, se le debe dejar mandar de vez en cuando evitando así alguna venganza indeseada de su parte (¿arritmia quizás?).
Coincidimos prácticamente todos al decir que hay que serle fiel a los principios, ¿no? No sería digno de un buen nabo, entonces, extenderme mucho más. El nabo es conciso, directo, escueto. Y sabe decir basta. Esto es un humilde homenaje a aquellos que sienten que no encajan, que no se identifican con nada, que les molestan más cosas de las que los reconfortan, que se pelean a diario con el mundo. He aquí su rotulo, su categoría quizás. Nada más que decir, nada más por hablar, a volver entonces al hermetismo característico, al silencio poco hostil. “Nabo, re nabo!” suele decir mi madre ante algún infortunio simpáticon. Y de eso se trata creo, la simpatía que a la larga la negatividad extrema termina generando: pese al elocuente carácter negativo de estas líneas usted, lectora, lector, habrá esbozado por momentos alguna mueca semejante a una sonrisa. Y sí, ¿acaso que esperaba?..., ya se lo advertí, soy un nabo*. 


http://es.wikipedia.org/wiki/Brassica_rapa

domingo, 22 de agosto de 2010

…I-ni-esta caso a un gay!

Atrasada reflexión, pero reflexión al fin. Vale la pena. Vale la pena mirar los hechos también con cierta distancia en el tiempo, es cierto. ¡Así que allí vamos! ¿Qué pasó que no me di cuenta? Ya no recuerdo. No sé si Alemania nos metió cuatro o si se nos metieron cuatro nazis a pregonar en alguna plaza; no sé si Maradona odia la guerrilla o si va a ser el próximo técnico de la selección colombiana; no sé si Grondona es gay o solo le gusta “tranzar”. En fin, no sé!!! No sé cuando terminó el mundial y cuando empezó el acto siguiente. ¿Será que las transiciones son cada vez más sutiles? ¿Será que las luces de una escena se yuxtaponen prácticamente con las de la escena siguiente? “Ohhh… qué será, qué será…” (diría Chico Buarque).
Por si alguno no pescó el sutil sarcasmo, este ensayo apunta a reflejar mi indignación (I-N-D-I-G-N-A-C-I-O-N) sobre la superficialidad con la que cambiamos, o nos hacen cambiar, de tema de discusión. ¿Culpa del chancho o del que le da de comer? De ambos, claramente. El mismo viejo que habló de Iniesta en ese bar, habló de Pepito Cibrián la semana siguiente. Y sí, pobre viejo. Es que ambos (Iniesta y Pepito) dirigieron, a su tiempo…en su momento, el show parafernálico mediático, lo que Pedro Guerra señala acertadamente como “el circo de la realidad”: “(…) ponga aquí su intimidad, hable aquí de su dolor, venda su fugacidad.”
Qué casual, que espontáneo, que azaroso que surja como un “twister” categoría 5 el tema del casamiento homosexual, justo (justo, justo) inmediatamente después del estrepitoso fracaso mundialista de una selección nacional con “banca” e intereses políticos detrás: con fútbol para todos, con Maradona para todos, con bicentenario para todos…, en fin, todas esas cosas “para todos” que todos sabemos que no todos nos creemos, pero que, sin embargo, casi todos se creen. Qué casual, que espontáneo, que azaroso poner en primer plano un tema que por sí solo fractura, resquebraja, divide, confronta a sectores que fueron, son y serán antagónicos. Unos cuestionan a otros por retrógradas, los otros a estos por… “putos”, lisa y llanamente, y por ver amenazado su mundito ideal de familia tipo.  Listo, “pelea para todos”.
Y enseguida se arma el circo. Aparecen los que defienden solo por defender, los que atacan solo por atacar, y nadie se pone a pensar que quizás ambas formas de pensar son válidas. La defensa del matrimonio tradicional es también, en cierto punto, legítima, y es clave entender esto ya que hay una suerte de exacerbamiento de la postura “a favor” del matrimonio igualitario. La gente que considera inmodificable el matrimonio tradicional realmente lo cree sostén de la sociedad y la civilización. Y si están equivocados (seguramente lo están), es propio hacérselos saber, lo cual no significa necesariamente descalificarlos. Se genera así lo que yo llamaría la “contra-discriminación”: los discriminados discriminan y descalifican a los discriminadores de la misma forma en que ellos lo hacen, poniéndose automáticamente es su mismo nivel de mediocridad. Ojo por ojo… Sí sí, así como “6-7-8” puede atacar alevosamente al archi-garca Grupo Clarín siendo tan poco imparcial como el multimedios mismo. Sería la misma lógica. Has lo que yo digo y no lo que yo hago.
Así, de a poquito, o más bien rapidito, haciendo caso omiso al “alguien tiene que ceder”, el país se la juega, todos estamos a favor o en contra, fiel al San Diegote y sus “no grises”. Ehhhh! vos..., ¿estás a favor o en contra del matrimonio gay? No sé, ¿tengo que estar necesariamente parado en uno de los dos bandos? Y claro, obviamente, en esa tónica la definición en el Senado la vivimos como un partido de fútbol, como una final. Sí sí, la votación de una ley!!! Con gente en la plaza con banderas y pancartas hinchando para un bando u otro. Sí sí!!!
Está bien, “ganaron” todos aquellos que apoyaban el matrimonio igualitario y “perdieron” todos los que se oponían, está bien, eso seria resultado de una ecuación básica. ¿Pero acaso con toda esta "riña" no perdemos un poquito todos? ¿No se fractura la tan vapuleada Argentina un poco más? “Derrota para todos”. Ah, ah, ah…., pero no. La inmensa carpa de este circo (y me parece ya casi una obviedad) oculta el accionar de manos negras, mandatarios y cia. que esconden bajo un discurso defensor de minorías excluidas y reivindicador de mayorías relegadas, sus hiper ambiciosos intereses personales. Si entre hermanos se pelean, los devoran los de afuera. ¿¿¿Los de afuera???  Ayyy… José Hernández, te quedaste corto, a los hermanos los pueden devorar también los de adentro.
Y ya lo vivimos a esto hee, ya viví una votación del Senado como una serie de penales en el Morumbí. Ya lo vi. La ley 125 y las retenciones al campo. ¿Y a que llegamos con todo esto? Si al fin y al cabo la vieja que flameaba su banderita naranja que tanto puteaste vive al lado de tu casa y la ves y tratás todos los días; además de que la nieta es la mina que querés como novia…,  o novio (?).
En fin, se nos acabó el fútbol más abruptamente de lo deseado (cuatro veces más abruptamente de lo deseado, cuak!) motivando la puesta en escena de una nueva realidad. Pero hay temas que no son dignos de ser tratados tan ligeramente como el fútbol, cuestiones que afectan más vidas que la de Messi y su delfín. ¿Que nuevos culebrones nos depararán entonces los medios de comunicación en el futuro? ¿Cuáles serán nuestros nuevos próximos enemigos? ¿Quién será juez de nuestra próxima riña legislativa? ¿Qué nueva dualidad será capaz de inventar el (in)conciente colectivo argentino? Mamita querida, tantas preguntas quedan tan chiquitas e insignificantes al lado de otra: ¿seremos alguna vez capaces de no ser tan determinantemente parciales?

martes, 13 de julio de 2010

Carrera empantada

¿Hay que ser escritor para escribir? ¿o músico para cantar? ¿o crítico para hablar? No lo creo. Yo soy ejemplo de ello: tenaz intento de muchas cosas aunque ninguna plenamente exitosa todavía. Y puede que no este tan mal. Al fin y al cabo, ¿quien tiene una formación así?
Acá hace ingreso el ya celebre viejo sabio, afirmando: “estudiá para tener futuro, seguí una carrera”. Seguí una carrera. ¿No es acaso curioso que a todo tipo de formación universitaria o terciaria se le llame “carrera”? Una carrera con una meta clara, con competidores, con jueces que arbitran. Si si, ahora que lo pienso bien, eso es claramente una carrera. “Seguí una carrera”. Seguí en carrera (en la sociedad), quizás eso quería decirme subliminalmente el anciano. Porque los títulos son de algún modo rótulos, sellos, identificaciones para distinguir con facilidad en que le sos útil al mundo. A ver de qué molde venís, a ver para qué servís. Molde. Servir.
En fin, no es objeto de este ensayo el polemizar acerca del alcance de un titulo en la vida cotidiana, pero sí quizás reflexionar acerca de la sobreestima que se le tiene al  (futuro) “profesional” en el mundo actual. “Dime que estudias y te diré quien eres” Y si no estudias probablemente no eres. En esos términos se maneja el inconciente colectivo. Estudiar te da futuro, te ayuda a crecer, a pensar, te forma. ¿Es tan así realmente? ¿De donde proviene esa valoración excesiva del estudio? La educación, en todos sus niveles, es en cierto modo un elemento indispensable de dominación y de poder, puede que por allí encontremos una pista. Vivimos peleando por una educación pública y la libre accesibilidad para todos, como si eso asegurara independencia, o capacidad de reflexión, u opinión, o emancipación racional.  Basta un plan trabajar para dominar a cierto sector; a otros, mas toscos, es necesario engañarlos un poquito mejor, más sutilmente. De eso se trata, sospecho. Y créanme, no hay dominado peor que el que cree no serlo.
Siento, de todos modos, que me escapo una y otra vez por las ramas, aproximándome a cuestiones y temas que no son dignos de ser tomados a la ligera. Intentaré hablar de situaciones más terrenales, dejando de lado poderíos o imperios que ni siquiera somos capaces de imaginar (o constatar).  Si de carreras hablamos, entonces, alcanzar un título sería una especie de paridad, un empate con todos aquellos que igualmente llegan a la meta. Esto, con toda la mediocridad que conlleva un empate. Un empate es no tener ni siquiera la identidad necesaria para perder, es resignarse y saberse igual a otro. Es ir a lo seguro, es resignar el triunfo por temor a la derrota. Ese es el perfil profesional: moverse en un rango que no permite innovar demasiado, pero asegura el “no fracaso”. Al estudiar, de todos modos, no siempre se es conciente de todo esto, y después de varios años de quemar pestañas, uno empata (si termina) o se empantana en el camino. Y al fin y al cabo…, terminar empatado o no terminar es casi lo mismo, ¿no? “Empantados”.
El viejo, entre sordo y escéptico, me diría ahora: “¿pero qué propones entonces? La cosa ya funciona así!” Totalmente cierto señor, y lamento defraudarlo pero no voy a proponer nada. A veces con señalar algo es suficiente para que ese algo se redimensione o cambie su sentido. Yo estudié largamente una carrera universitaria, al punto de estar hoy casi recibido, y, aunque suene contradictorio, no me arrepiento de ello. Fue allí donde adquirí este pensamiento crítico y la total certeza de que la verdadera carrera transcurre afuera, una carrera que realmente se puede ganar. Lo positivo de la educación universitaria se obtiene, a mi juicio, cuando uno descubre todo lo que ella no contiene, todo lo que el sistema deja de lado, que es, paradójicamente, lo que te destacará como profesional. “Te enseña más con lo que no te enseña”.
Por eso, anciano amigo, no invito a desertar, sino a “insertar”: insertarle a ese molde todo lo que a uno lo hace una persona particular, inquietudes, elementos constitutivos de la personalidad y el estilo. Claro está, es indispensable tener una mirada transgresora, un pensamiento superador. Para vivir tranquilo, el molde es ideal, de hecho, ese es su objetivo. Pero si se quiere dejar algún rastro de existencia en este mundo, quizás sea necesario romper un poco con todo ello. Y eso que lejos estoy de ser un rebelde y/o revolucionario, o, mejor dicho, lejos estoy de ser un rebelde tal y como los conocemos. ¿Será que un verdadero rebelde transgresor es aquel que va inclusive en contra de aquellos que se autoproclaman rebeldes? A pensarlo…
Para desempantar, entonces, busquemos ganar. Los pantanos solo se atraviesan con voluntad, y la voluntad no es solo esfuerzo. No vengan con el cuento de que con esfuerzo todo se logra, el esfuerzo sin dirección no sirve de nada. La voluntad es apertura, es querer, es saber. Saber donde se quiere ir, o, en su defecto, al menos saber donde no se quiere ir.
Señoras, señores, a renunciar a los actos forzados y a renunciar a hacer las cosas por inercia, solo porque todos las hacen. Para encontrar la verdadera vocación, es indispensable admitir previamente cuales no lo son. Con el “empante” asegurado, ¿será tiempo de intentar ganar? 

jueves, 24 de junio de 2010

Es mundial!

Se usa, se estila en nuestros tiempos la expresión “es mundial!”. De esa forma, se hace referencia, irónicamente, a algo sorprendente, ilógico, imposible quizás. En nuestro país, entonces, el bicentenario… es mundial!, el mundial… es mundial!, Argentina…, Argentina es mundial!
Vivimos hoy una efervescencia patriótica fruto de dos acontecimientos cíclicos que tocaron (o manosearon) los corazones de los argentinos este año: bicentenario + mundial de fútbol. Cada cuatro años se exacerba hasta el infinito el sentimiento por nuestra camiseta (perdón, quise decir nuestra bandera) y se desata el frenesí colectivo. Si a eso le sumamos los 200 años… agarráte Catalina!. Dicho sea de paso, este año la Argentina cumple en realidad 194 años (9 de Julio de 1816), pero por las dudas festejemos ahora, no vaya a ser que los Mayas tengan razón, en el 2012 se vaya todo al tacho y para el 2016 no quede nada ni nadie.
Una imponente maratón televisiva de festejos “bicentenarios” encendió la llamita del fervor nacional, justo antes de que el ventarrón de la copa del mundo avivara y desparramara el fuego por todas partes. Y si digo “maratón televisiva de festejos” es, justamente, porque creo que no fue mucho más que eso. ¿Es realmente un festejo nacional tener 5 días desbordada de gente la 9 de Julio? (paradójico que la avenida se llame así) Lo nacional fue la transmisión, que no es lo mismo. Por TV se vio espectacular, sin dudas, pero no fue más que un “show” apuntado a conmover televidentes de todo el país, haciéndolos sentir parte de un festejo totalmente unitario. Unitario haciendo referencia a que fue en un lugar único. Se embarra el concepto si tenemos en cuenta que se desarrollaban otros festejos con otra bandería política a solo tres cuadras de allí, en el teatro Colón, aunque no vale la pena meternos en ese tema, o, mejor dicho, vale la pena reservarlo para otro posteo.  De todas formas, el unitarismo es un mal al que estamos tristemente acostumbrados: ya que de fútbol hablamos, basta con mencionar que el “clásico del sur” es Lanús-Banfield. Sin comentarios.
Al fin y al cabo, si el objetivo era despertar el amor propio en la gente, se logró ampliamente, con una manito del siempre oportuno mundial de fútbol. Así, en un arrojo patriótico, hoy todos tenemos banderitas colgadas de los balcones, en los autos, lucimos remeras celeste y blanco, nos emocionamos con el himno…; en fin, todos esos clichés dignos de patriotas grandilocuentes como los que vemos en películas yanki-bélicas. Pero, a todo ese circo de positividad, le antepondremos un signo negativo ni bien algún equipo ose eliminarnos por penales. “Del éxtasis a la agonía”, diría Bersuit. Y ahí vuelve todo a la normalidad: el bicentenario se transforma en mera estadística, el himno vuelve a despertarnos solo bostezos en los actos públicos, las banderitas las guardamos en esa caja en la que se guardan las cosas de uso cíclico (árbol de navidad, escarapelas, etc). Aquí no ha pasado nada. Hasta dentro de cuatro años! (o cien).
Emergen así, misteriosamente, los malditos temas de actualidad, reaparece la política, a la cual creíamos aplastada y muerta por una Jabulani gigante. Todo retorna. “Tenemos el gobierno que nos merecemos”, volverá a decir algún viejo en un bar. “También tenemos la selección que nos merecemos, ehh”, retrucará su fiel compañero de cartas, café y Legui, intentando así empapar de actualidad la ya gastada reflexión de su amigo. Nuestra vida es cíclica, es un vaivén, no cambiamos de dirección hasta que no llegamos a un extremo. Es mundial!
Y querramos o no, así somos. Como bien dijo el aplaudido Diegote: “no seré gris en mi vida”. Qué mejor síntesis del Ser argentino: determinante, tosco, ciclotímico, obstinado. Blanco/negro, River/Boca, Peronismo/Radicalismo, Derecha/Izquierda, bicentenario en el Colon/ bicentenario en el obelisco. Uffff!!! Empiezo a pensar que el no ser determinante y tajante es un don. Un don que no tenemos, claro está.
Welcome to Argentina!!! Estos dos meses son una mera muestra gratis de lo que la insensatez y el fanatismo desmedido pueden alcanzar. Pasen y vean, es mundial!