sábado, 9 de febrero de 2013

La filosofía de la quintita

Es una fija del tiempo ocioso, aunque pueda que haya quien le escape a este casi inevitable monologo de la cabeza. Mucho verano, demasiado quizás, demasiado tiempo libre. Y como quien no quiere la cosa uno se hace amigo de la reflexión. Desde lo más vano a lo más profundo, todo es digno de ser repensado y reflexionado hasta repudrirse. Para marzo ya somos filósofos eruditos capaces de explicar el por qué del zumbido del mosquito o por qué los olores son invisibles. Tranquilos, en abril se vuelve a la chatez habitual, no desesperéis.
Lo cierto es que ya estoy en condiciones de traerles una reflexión por demás jugosa. ¿Ya? ¿A principios de febrero? Si, así es. Enero me ha dejado algo importante para compartirle al mundo, algo que lo hará temblar en sus cimientos y no es precisamente un terremoto (no por filósofo que uno sea se tiene que privar de hacer chistes malos). En fin, no seré Marx escribiendo y avivando giles capitalistas, pero algo de todo eso en esto puede que haya. Allí vamos:
No sé si alguna vez, en algún verano filosófico vuestro, han caído en la cuenta de la sofisticación que tienen hoy la vida y el mundo humano. Lo que en la era de las cavernas era un tipo en bolas cazando su propio alimento, ahora es un sofisticado engranaje de ciudades, países, construcciones, profesiones, leyes, impuestos, gobiernos, estudios, teorías, religiones…. Puffff! Es cierto, los de las cavernas eran tres gatos locos esparcidos por un mundo virgen y ahora somos 7 mil millones en un mundo abarrotado, pero… ¿es realmente necesario tanto despliegue y complicación? ¿no podríamos vivir todos en bolas cazando?
Mi teoría indica que toda la actividad humana es reductible a tener cada uno, individualmente, una quintita con cultivos para consumo personal (es menos cruel y porno que cazar en bolas). Para subsistir, cada uno debería atender su quintita y alimentarse con ella. El problema es que alguna vez alguien produjo más en su quintita de lo que realmente consumía, por lo que le canjeó el excedente al de la quinta de al lado por una porción de su territorio, quien por falta de iniciativa no había sembrado nada. Este último siguió rascándose y canjeando su quinta por alimentos hasta que se quedó sin terreno y se vio forzado a trabajar en la quinta del vecino a cambio del alimento diario solo en pos de subsistir. El vecino, hábil para los negocios, se encontró con una quinta del doble del tamaño original y con una persona que la trabajaba a cambio de un mínimo de la producción, dejándole el tiempo libre y asegurándose su subsistencia.
Así, paulatinamente, se empezó a complejizar la vida humana. Las “quintas” hoy las trabaja una porción reducida de la población mientras el resto se dedica a comerciar, contar dinero, prestar dinero, formular leyes, hacer cumplir leyes, pensar, gobernar, educar, informar, vigilar, entretener, o simplemente holgazanear.
Lo cierto e innegable es que por cada uno que vive sin ocupar ningún puesto de la cadena (porque tiene el poder adquisitivo para vivir sin laburar, básicamente), hay uno que hace trabajo doble, una persona que cuida una quinta que alimentará a dos. Digamos, alguien está atendiendo mi quintita mientras yo empleo mi tiempo en escribir esta huevada, por ejemplo. Es imposible una vida enteramente de ocio sin otros que la sostengan, se cae de maduro (en la quintita… cuak).
Lo más paradójico de todo esto es que la gran mayoría vive anhelando esa vida de ocio y relax a sabiendas, o no, de que la misma será fruto del trabajo de otra gente, así como el trabajo propio hoy mantiene el ocio y el relax de otros. Esto deviene en una carrera frenética hacia esa vida utópica que siempre, absolutamente siempre, será para unos pocos por el simple motivo de que alguien se tiene que dignar a atender la quintita o nos cagamos de hambre. En síntesis, lo sustancial es engrampar a alguno para que te atienda la quintita, en esas va el mundo.
Pensándolo así, dan ganas de huir bien lejos a trabajar la quintita propia sin tener que rendir cuentas a nadie ni trabajar quintas ajenas. Pero no my friend, así no funciona la cosa. Te tenés que quedar ahí porque no hay a donde ir, y tendrás que pagar tus bienes y trabajar para ello, y pagar impuestos para sostener al país del que eres parte en su lucha a escala por subsistir entre países deseosos de pisotearse unos a los otros en la carrera frenética por someter al de al lado a trabajar la quinta del vecino. Sí, así como el fulano agrícola del 4to párrafo, exactamente igual. Dejémonos de populismo barato y políticas de distribución de la riqueza falaces. La abundancia de unos será proporcional a la pobreza de otros, en lo micro como en lo macro, siempre. El problema, claramente, es que en algún sitio haya abundancia, ¿pero quién está dispuesto a renunciar a ella? Je, los agarré pillines…
Hay que hacerse cargo y entender que nuestra propia codicia es culpable de la miseria de la vereda de enfrente. No es cuestión de culpar a gobernantes porque ellos solo hacen lo que harías vos en su lugar. El cambio empieza siempre por la quinta de uno. Lo cierto y real, a todo esto, es que tanto hablar de quintas me dio antojo de comer ensalada. “¿Dónde se habrá metido mi quintero? ¡Jaime…!”

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