No se puede hablar de otra cosa por estos días. No importa cuán profundo sea el análisis o lo que haya para decir. Todos podemos y debemos hablar del Papa. ¿Vaya noticia, no? La realidad política sí que no nos da tiempo para aburrirnos ni un ratito. Mareados los medios después de una semana de velorio chavista, salieron todos cagando para Roma a cubrir la elección del primer Papa no europeo de la historia. ¡Tomá mate!…Francisco, pancho primero para los amigos.
¿Cómo podemos reaccionar los argentinos ante semejante noticia histórica? Lógicamente, reaccionamos como argentinos: efusivos, excitados, polarizados. Si quedaba alguna duda de que nada nos resulta indiferente y nada nos puede aunar, faltaba esto como prueba. El Papa argentino generó pasión y odio en iguales proporciones desmedidas, situación que es moneda corriente en la patria del “blanco o negro”.
El escenario político tuvo un giro inesperado por demás interesante. Sí, porque quien crea que los Papas son meros líderes espirituales se equivoca. Nuestra presidenta se encontró de la noche a la mañana con un coterráneo “opositor”, erigido como tal por su difunto esposo, en un cargo de poder mayor al suyo. Claro, a Cristina le responden poco más de 40 millones de argentinos (o la mitad) mientras que al Papa le responden alrededor de mil millones de católicos de todo el mundo. Si había una forma inesperada de que alguien ciertamente enemistado con el kirchnerismo llegue al poder, esa es la que logró, sin proponérselo, Bergoglio. Aprendé Macri, novato, pavo.