¡Qué triste! Levantarse al fin un lunes y no encontrar a Bonadeo relatando un apasionante lanzamiento de jabalina combinada categoría media, o una carrera de 100mts en la que Bolt le saca 200mts al segundo, o una sesión de danzas artísticas con sonrientes asiáticas nerviosas. Todo eso queda atrás, nos olvidaremos de aquellos deportes por cuatro años. ¿Todo eso también era deporte? Sí sí, parece que sí, nunca nos avisaron, hay vida más allá del handball y el tenis mixto lo cual de por sí ya nos resulta exótico por estos lares.
Como siempre, una edición que parecía que nos iba a dejar sin medalla alguna, nos deja con…bue, dos medallas y media, más o menos. Y ahí saltamos, ofuscados, con latiguillos como estos:
“¿Y qué querés? Si no se invierte nada en deporte, ¿vos viste como está el CENARD?” (siempre me pregunté qué es y donde joraca queda)
“Van de joda los argentinos, a enfiestarse en la villa olímpica” (envidiosos!)
“Es genética lo de los chinos, que se le va a hacer, y la alimentación, claro, si viven como 120 años” (supermercados para rato)
“Hay que esperar dos años al mundial de futbol, ahí les rompemos el tujes a todos” (mentira más grande)
La pobre cosecha en el medallero nos confronta con nuestra propia concepción de país. Rezongamos, pero… ¿estamos realmente para algo más que eso? Omitamos la clásica cuestión de los fondos porque es absurdo pensar que solo sea una cuestión de dinero el éxito deportivo. Los deportes suelen estar signados por la disciplina y los reglamentos, por el apego al entrenamiento, la constancia, la tenacidad. Me atrevo a decir que ninguno de esos ítems se lleva bien con los argentinos.
Otra de las características que hacen a un gran deportista es el saber perder. Es una constante enfrentarse en el deporte con escenarios de derrota. Simple, hay adversarios luchando también por ganar, puja mediante. Buen momento, entonces, para reconocernos como malos perdedores: tiene que haber algún motivo que no sea nuestra propia ineptitud que explique por qué fracasamos. Allí aparecen, pues, los fondos insuficientes, los errores arbitrales, el infortunio físico, la organización ineficiente, etc. Todo nuestro entorno conspira para que no ganemos nunca. ¡Qué lo parió!