Fue hace un par de
semanas, dos o tres quizás. Una charla virtual, un comúnmente llamado “chat”
con alguien prácticamente desconocido. Temas habituales, exposiciones sobre cuestiones
irrelevantes por parte de ambos. En fin, lo de siempre. Hasta que de pronto la
persona X (llamémosla así) introdujo como tema de dialogo su etapa adolescente,
sus inicios en el mundo de la “joda”, y su supuesta precocidad: a los 13 la
susodicha (sí, es una mujer) ya salía, se embriagaba, fumaba y conocía como la
palma de su pequeña mano los recovecos de la “nocturnidad“, o al menos eso me hizo
creer. Yo, en contraposición, y con la sinceridad agobiante insoportable que me
caracteriza, le dije: “en mi caso empecé a salir alrededor de los 16 o 17; a
los 13 aun jugaba a los ladrillitos, es que de pibe yo era un nabo”. Y ni la
sorda risa de chat de la muchacha (el clásico “jajaja”) pudo destildar mi
vista. Un destello, una luz tan fugaz como penetrante dilató mis pupilas. Un
rayo multicolor atravesó el monitor y mi alma. Algo en mí había cambiado para
siempre. Fue el día en que lo entendí, lo admití, me cayó la ficha. Era tan
obvio, ¡¿como no me había dado cuenta?! A esta casual interlocutora le dije tan
livianamente que yo ERA un nabo, con una soltura tal para utilizar el pretérito
perfecto simple que asusta. En ese momento fue que lo entendí, marcando así el inicio
de la cuenta regresiva que nos deposita en este día, momento de anunciarlo
públicamente. Señoras y señores, lo grito a los cuatro vientos: ¡¡¡soy un nabo!!!
Sí sí, soy un
nabo. ¿Y para qué negarlo? Nabo y orgulloso. Podría fundar ahora mismo la “AON”:
Agrupación de Orgullo Nabo. ¿Por qué no? Pero a no confundir heee, un nabo no
es un boludo, no es un pelotudo… Un nabo es un nabo. Veremos si me alcanzan
estas líneas para describirlo, para caracterizarlo. Paciencia por favor, je,
soy un nabo.
Empecemos por el
principio. Los nabos son un grupo, una población, una especie (¿en extinción?)
dentro de la sociedad. Especie a la cual pertenezco, claro está, y especie con
escasos miembros, más aun, en comparación con otras, como los ya mencionados pelotudos, y boludos, o los zánganos, los intelectuales, los nerds, etc. En fin, grupetes empeñados en poblar
el vasto mundo de “pluralidad”. Al nabo le caen mal casi todos, característica
fun-da-men-tal ésta. Porque el nabo nace en contraposición a ellos: es, a sus
ojos, un espécimen raro, fuera de serie. Un nabo. Y el pobre vive y sobrevive
inmerso en la fauna que lo rodea, a regañadientes, a mitad de camino entre el
fastidio y la resignación. “Naboleti”
Ahora bien, el
nabo esconde, el nabo aparenta sin querer aparentar: su desmesurado perfil bajo
y sobriedad lo hacen parecer desentendido, distante, inocuo, insulso. Pero es
más bien su capacidad de síntesis, reflexión y abstracción lo que lo mantiene
alejado de la escena: nada de lo que pueda captar atención masiva ha de ser de
real importancia. El nabo, bajo su carcasa de inexpresividad, esconde sabiduría;
suele tener problemas en la forma de canalización de la misma, pero los nabos
son tremendamente sabios. “No pedir peras al olmo”, “No gastar pólvora en
chimangos”, son sin dudas latiguillos omnipresentes en la ideología “naba”
(femenino de nabo). El nabo es, simplemente, ducho en el arte de discriminar,
de “distinguir lo que vale de lo que no vale la pena” (Drexler dixit, nabo
talentoso si los hay).
Usted, lector,
lectora, seguramente va encontrando puntos de contacto o sintiéndose
identificado/a con alguna que otra característica naba. Sin embargo, ello no
necesariamente lo transforma a usted en nabo, no es tan fácil, no. El nabo
tiene que bancarsela. El nabo tiene que “comerse” un debate dominguero
superfluo sin decir una palabra porque sabe, de antemano, que todos tocan el
tema de oído (nabo incluido) y que a nada llevará la discusión; de hecho el
nabo es profundamente escéptico respecto al carácter positivo de debates o
discusiones. O, también, se resigna a convivir pacíficamente con los
“sabelotodos” (otra especie) a sabiendas que en realidad no saben nada, ni siquiera
escuchar o dar el brazo a torcer. Ese, ese es un nabo autentico! El nabo sabe
que a la larga todos muestran la hilacha y sabe que a la larga triunfará porque claro, je, el nabo no tiene
un pelo de boludo.
Ahora entonces,
usted, señora, señor, se preguntará: “si no soy nabo, ¿como reconocer a un
nabo?” Bueno, simple: como decíamos, en una reunión social, por ejemplo, el
nabo va a ser probablemente el más callado. ¿Y por qué? Simple también: no
tiene nada importante para decir, y considera el silencio un bien tan preciado
como escaso, rasgo distintivo este frente a otras especies para quienes el
silencio es un vacío a llenar con lo que sea. “Cheee… ¡que silencio!”. El nabo,
calladito, imagina por dentro métodos poco ortodoxos para matar a los presentes,
o a su mayoría, o al menos al que dijo eso. Y sí, pobre, por momentos es medio
agresivo, algo comprensible supongo. Pero a su vez el nabo es tierno, sensible;
hasta la palabra nabo pareciera tener una sonoridad dulce, ¿no? Puede que
inclusive el nabo se enamore de alguna naba (cabría discutir si es correcto
decir “naba”, pero, como buen nabo, gambetearé toda ocasión próxima al debate,
amén!) y puede que se deje llevar a menudo por sus sentimientos, lo cual no lo
suele dejar en buen puerto. De todos modos él lo acepta, y aunque sabe de
antemano y proyecta con claridad los futuros conflictos, el nabo va, tosco,
obstinado. Es que…, claro, el
nabo es conciente que al corazón, por tonto que sea, se le debe dejar mandar de
vez en cuando evitando así alguna venganza indeseada de su parte (¿arritmia
quizás?).
Coincidimos
prácticamente todos al decir que hay que serle fiel a los principios, ¿no? No sería
digno de un buen nabo, entonces, extenderme mucho más. El nabo es conciso,
directo, escueto. Y sabe decir basta. Esto es un humilde homenaje a aquellos
que sienten que no encajan, que no se identifican con nada, que les molestan más
cosas de las que los reconfortan, que se pelean a diario con el mundo. He aquí
su rotulo, su categoría quizás. Nada más que decir, nada más por hablar, a
volver entonces al hermetismo característico, al silencio poco hostil. “Nabo,
re nabo!” suele decir mi madre ante algún infortunio simpáticon. Y de eso se
trata creo, la simpatía que a la larga la negatividad extrema termina generando: pese al elocuente carácter negativo
de estas líneas usted, lectora, lector, habrá esbozado por momentos alguna
mueca semejante a una sonrisa. Y sí, ¿acaso que esperaba?..., ya se lo advertí,
soy un nabo*.
* http://es.wikipedia.org/wiki/Brassica_rapa
* http://es.wikipedia.org/wiki/Brassica_rapa
Jugar a los ladrillitos a esa edad no es ser un nabo. Tal vez es ser más nabo meterse en una nocturnidad prematura. Y tampoco, puede ser algo en lo que se cae por necesidad, desesperación, más que por deseo de exploración de la vida. Ser precozmente adulto es considerada una sobreadaptación, algo poco valioso.
ResponderEliminarSaludos!