Vamos a dedicar unas líneas, no muy extensas
en lo posible, a reflexionar acerca de una frase de cabecera para el urbanismo.
Una que cruzamos a cada momento, que leemos por donde quiera que andemos. Una
verdad revelada que viene a iluminar la vida de seres inocuos carentes de
sentido de la orientación. Hablamos de nosotros, claro, ínfimos humanos desolados
en urbes de cemento. ¿Dónde estamos? Pregunta existencial si las hay. Tuvo que
venir un cartel con mapita a echar luz sobre esta sombra de la humanidad. No
somos capaces de alcanzar verdades tan profundas, de elevar a tales cielos
nuestro discernimiento. No podemos.
Las verdades absolutas, aquellas
inobjetables, imposibles de refutar, encierran una inquietante simpleza. ¿Cómo
algo tan difícil de pensar puede encontrar respuesta en una afirmación que roza
lo obvio? No somos dignos, claro está, de tal grado de síntesis. Ahora que lo
sabemos, que nos es revelada la respuesta a nuestra pregunta existencial, nos
reprochamos, nos achacamos no haberlo descubierto por nuestros propios medios.
“¡Qué
boludo, como no me di cuenta, la recalcada… de mi hermana!”.
El exabrupto se apodera de nosotros. No es
para menos. Un cartelucho de 90cm x 50cm, color amarillo, con un mapita que ni
siquiera se detiene a señalarnos el norte, recorte de vaya a saber que porción
de mundo, nos alumbra el camino a la verdad. Nos “canta la justa”.