lunes, 7 de octubre de 2013

Usted está aquí

Vamos a dedicar unas líneas, no muy extensas en lo posible, a reflexionar acerca de una frase de cabecera para el urbanismo. Una que cruzamos a cada momento, que leemos por donde quiera que andemos. Una verdad revelada que viene a iluminar la vida de seres inocuos carentes de sentido de la orientación. Hablamos de nosotros, claro, ínfimos humanos desolados en urbes de cemento. ¿Dónde estamos? Pregunta existencial si las hay. Tuvo que venir un cartel con mapita a echar luz sobre esta sombra de la humanidad. No somos capaces de alcanzar verdades tan profundas, de elevar a tales cielos nuestro discernimiento. No podemos.
Las verdades absolutas, aquellas inobjetables, imposibles de refutar, encierran una inquietante simpleza. ¿Cómo algo tan difícil de pensar puede encontrar respuesta en una afirmación que roza lo obvio? No somos dignos, claro está, de tal grado de síntesis. Ahora que lo sabemos, que nos es revelada la respuesta a nuestra pregunta existencial, nos reprochamos, nos achacamos no haberlo descubierto por nuestros propios medios.

“¡Qué boludo, como no me di cuenta, la recalcada… de mi hermana!”.

El exabrupto se apodera de nosotros. No es para menos. Un cartelucho de 90cm x 50cm, color amarillo, con un mapita que ni siquiera se detiene a señalarnos el norte, recorte de vaya a saber que porción de mundo, nos alumbra el camino a la verdad. Nos “canta la justa”.