¿Hay que ser
escritor para escribir? ¿o músico para cantar? ¿o crítico para hablar? No lo
creo. Yo soy ejemplo de ello: tenaz intento de muchas cosas aunque ninguna
plenamente exitosa todavía. Y puede que no este tan mal. Al fin y al cabo,
¿quien tiene una formación así?
Acá hace ingreso
el ya celebre viejo sabio, afirmando: “estudiá para tener futuro, seguí una
carrera”. Seguí una carrera. ¿No es acaso curioso que a todo tipo de formación
universitaria o terciaria se le llame “carrera”? Una carrera con una meta
clara, con competidores, con jueces que arbitran. Si si, ahora que lo pienso
bien, eso es claramente una carrera. “Seguí una carrera”. Seguí en carrera (en
la sociedad), quizás eso quería decirme subliminalmente el anciano. Porque los
títulos son de algún modo rótulos, sellos, identificaciones para distinguir con
facilidad en que le sos útil al mundo. A ver de qué molde venís, a ver para qué
servís. Molde. Servir.
En fin, no es
objeto de este ensayo el polemizar acerca del alcance de un titulo en la vida
cotidiana, pero sí quizás reflexionar acerca de la sobreestima que se le tiene al (futuro) “profesional” en el mundo actual.
“Dime que estudias y te diré quien eres” Y si no estudias probablemente no
eres. En esos términos se maneja el inconciente colectivo. Estudiar te da
futuro, te ayuda a crecer, a pensar, te forma. ¿Es tan así realmente? ¿De donde
proviene esa valoración excesiva del estudio? La educación, en todos sus
niveles, es en cierto modo un elemento indispensable de dominación y de poder, puede
que por allí encontremos una pista. Vivimos peleando por una educación pública
y la libre accesibilidad para todos, como si eso asegurara independencia, o
capacidad de reflexión, u opinión, o emancipación racional. Basta un plan trabajar para dominar a cierto
sector; a otros, mas toscos, es necesario engañarlos un poquito mejor, más
sutilmente. De eso se trata, sospecho. Y créanme, no hay dominado peor que el
que cree no serlo.
Siento, de todos
modos, que me escapo una y otra vez por las ramas, aproximándome a cuestiones y
temas que no son dignos de ser tomados a la ligera. Intentaré hablar de situaciones
más terrenales, dejando de lado poderíos o imperios que ni siquiera somos
capaces de imaginar (o constatar). Si de
carreras hablamos, entonces, alcanzar un título sería una especie de paridad, un
empate con todos aquellos que igualmente llegan a la meta. Esto, con toda la
mediocridad que conlleva un empate. Un empate es no tener ni siquiera la
identidad necesaria para perder, es resignarse y saberse igual a otro. Es ir a
lo seguro, es resignar el triunfo por temor a la derrota. Ese es el perfil
profesional: moverse en un rango que no permite innovar demasiado, pero asegura
el “no fracaso”. Al estudiar, de todos modos, no siempre se es conciente de todo
esto, y después de varios años de quemar pestañas, uno empata (si termina) o se
empantana en el camino. Y al fin y al cabo…, terminar empatado o no terminar es
casi lo mismo, ¿no? “Empantados”.
El viejo, entre
sordo y escéptico, me diría ahora: “¿pero qué propones entonces? La cosa ya
funciona así!” Totalmente cierto señor, y lamento defraudarlo pero no voy a
proponer nada. A veces con señalar algo es suficiente para que ese algo se
redimensione o cambie su sentido. Yo estudié largamente una carrera
universitaria, al punto de estar hoy casi recibido, y, aunque suene
contradictorio, no me arrepiento de ello. Fue allí donde adquirí este
pensamiento crítico y la total certeza de que la verdadera carrera transcurre
afuera, una carrera que realmente se puede ganar. Lo positivo de la educación
universitaria se obtiene, a mi juicio, cuando uno descubre todo lo que ella no
contiene, todo lo que el sistema deja de lado, que es, paradójicamente, lo que
te destacará como profesional. “Te enseña más con lo que no te enseña”.
Por eso, anciano
amigo, no invito a desertar, sino a “insertar”: insertarle a ese molde todo lo
que a uno lo hace una persona particular, inquietudes, elementos constitutivos
de la personalidad y el estilo. Claro está, es indispensable tener una mirada
transgresora, un pensamiento superador. Para vivir tranquilo, el molde es
ideal, de hecho, ese es su objetivo. Pero si se quiere dejar algún rastro de
existencia en este mundo, quizás sea necesario romper un poco con todo ello. Y
eso que lejos estoy de ser un rebelde y/o revolucionario, o, mejor dicho, lejos
estoy de ser un rebelde tal y como los conocemos. ¿Será que un verdadero
rebelde transgresor es aquel que va inclusive en contra de aquellos que se
autoproclaman rebeldes? A pensarlo…
Para desempantar,
entonces, busquemos ganar. Los pantanos solo se atraviesan con voluntad, y la
voluntad no es solo esfuerzo. No vengan con el cuento de que con esfuerzo todo
se logra, el esfuerzo sin dirección no sirve de nada. La voluntad es apertura,
es querer, es saber. Saber donde se quiere ir, o, en su defecto, al menos saber
donde no se quiere ir.
Señoras, señores,
a renunciar a los actos forzados y a renunciar a hacer las cosas por inercia,
solo porque todos las hacen. Para encontrar la verdadera vocación, es
indispensable admitir previamente cuales no lo son. Con el “empante” asegurado,
¿será tiempo de intentar ganar?